Queridos Lectores:
Esta historia es verdadera. Pasó tal cual, asiesque ojo, porque la vida, a veces, es más sorprendente que la fantasía.
El gremio de los torneros es un gremio complicado. Los últimos moicanos del trabajo artesanal, se dejan querer. Prometen 5000 perillas para el martes , llegan con 400 el viernes, y ni se inmutan. Simpáticos, mentirosos, cascarrabias, bajan el polvillo y la viruta a punta de vino tinto. Maestro Lillo, Maestro Tapia, Maestro Villalón...todos cortados por la misma tijera,... todos, salvo...el Maestro Marin. El nert de vuelo a ras de piso, prometía 250 perillas...y llegaba con las doscientos cincuenta.
Mi hermana Claudia y yo, nos habíamos vuelto adictas al Maestro Marín. Por fin alguien en quien confiar. Ya era bastante difícil tener que justificar a diario frente a los amigos y a la parentela, la quimera en que estábamos embarcadas, como para tener que soportar las tiranías de los torneros estrella. La quimera se llamaba "Ingenio" (que horror...!) , un taller de muebles y accsesorios para niños, en el cual la Claudia iba a refundar el diseño, sacándole lustre a su título de diseñadora de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Parece que yo era financista, ya no me acuerdo, en todo caso, tengo la sensación de que era la subordinada de mi hermana, pero, a estas alturas,... para que meterse en honduras sicológicas...
Un día- el maestro Marin, a esas alturas absoluto poseedor de nuestra confianza- decidió que ya no más! Se negaba a viajar dos horas en micro con el saco al hombro, para entregar escuálidas 250 perillas. No hubo ruego que lo ablandara. Se acabó! Si queríamos perillas, ni un problema, pero teníamos que retirarlas en la Calle Pompeya número 8, su residencia.
Después de parlamentar un rato, decidimos que no nos quedaba otra, había que partir. El problema: no había más auto diponible que "el Toyota de Juan".
Juan, (John) el marido de la Claudia, descendiente de inglés por padre y madre, tiene la presición del Big Ben. Hombre organizado, ordenado, metódico, todavía intenta reponerse del impacto que le causó la primera vista que tuvo del closet de su señora. Si a eso, además, le sumamos a la parentela de la señora...en fin, el caso es que ese día, y por razones que se ignoran, Juan decidió dejar al niño de sus ojos (el Toyota) estacionado en el patio de la casa.
Como estábamos realmente necesitadas, convencí a mi hermana que ojos que no ven, corazón que no siente. Juan NUNCA JAMAS se iba a enterar que habíamos sacado a pasear al niño, y , por lo demás, cuando uno se casa, lo mio es tuyo, y lo más importante, lo tuyo es mío. Asiesque partimos mi alma!!. Con el mapa de la guía de teléfonos en la falda, yo hacía de copiloto mientras la Claudia se concentraba en darle curso al Toyota por los vericuetos de Santiago Poniente. Después de infinitos tumbos, llegamos a la calle Pompeya. Era un callejón de tierra, cerrado por el fondo y cercado por dos orillas de casas chatas. Estacionamos el Toyota, cerramos, tocamos el timbre en el número ocho y vimos aparecer al Maestro Marín. Serio como siempre, con los quince pelos ¡colorines! peinados transeversalmente sobre el cráneo, nos hizo pasar a su casa. Recuerdo haber avanzado por un pasillo largo y oscuro, todavía en obra gruesa, y haberme fijado en los frisos que adornaban las cornisas del cielo. Greco-romano, iba pensando, tremendo acto poético el del maestro Marín, cuando escucho a la Claudia exclamar un chuuuu!!!...se me quedaron la llaves dentro del auto!
El maestro Marín chantó en seco. Conectó la neurona tic con la neurona tac, le giraron los ojos como trompo y babeando de entusiasmo dijo: "momentito, ezto (ceseaba) lo zoluzionamoz de una patada".
Llegó corriendo con un maletín de gásfiter, unas ganzuas, unos alambres y unos fierros que hicieron palidecer a la pobre Claudia. Era pura líbido cuando se inclinó sobre el Toyota y empezó a machacarle las gomas de la ventana tratando de meter el alambrito. Hizo un lazo con el alambre, después de mucho esfuerzo (y mucho rallón) logró meterlo por la rendija entre la goma y la ventana, lo hizo descender con la presición de un cirujano y avanzó, ñac, ñac, tratando de enlazar el pituto. La idea era bajarlo forcejando.
A los cinco minutos, habían aparecido los niños del barrio, a los diez, los hombres de los alrededores, a los quince, las vecinas con sus sillas. Entre todos se estaban violando al Toyota. Era una lucha libre entre los machos de Pompeya y el auto de Juan. Le "hacían palanca", trataban de bajar el vidrio empujando con los dedos, le pateaban los neumáticos por si acaso.
La Claudia, pobrecita, figuraba sentada en la cuneta, demacrada, mirando como le despedazaban el auto. "Métele por aquí, Cantiflas, levanta la goma, eso compadre, lacee el pituo".
Marín, el mateo del curso, insistía en que "yo eztoy a cargo de la zituazión", pero no hacía progresos. EL pituto se enchuecaba cediendo al forcejeo, pero cuando estaba a punto de bajar...irremediablemente se corría el alambre. Cada intento era acompañado de un uuuuh??? y seguido de un ahhhhhá!
La Claudita se puso a llorar... "Eso me pasa por hacerte caso, ...el Toyota de Juan...", "Juan me va a colgar..." Las gomas del vidrio fueron, de a poco, tomando el aspecto de la boca de un guatero,( se pusieron lásias) mientras la Claudia lloraba a mares con lágrimas de verdad. A todo ésto, yo también empecé a sentir una humedad particular. Click, clack, gota a gota. ME ESTABA REBALSANDO ¡La hora de la papa de la pobre Antonia, mi guagua de cuatro meses!
Piedad, Dios mío, no puede ser...pero, como decían las monjas de mi Colegio, los caminos de Dios son misteriosos...y operó el milagro de la cuneta. Ahí, sentada en la vereda, cargando con dos mapa mundi que goteaban sin contemplación, pude evidenciar lo que significa la solidaridad femenina...
"Tome, le prestamos la guaguita...." me dijo la que parecía presidenta del centro de madres de la Calle Pompeya, hizo aparecer un bultito envuelto en chales y me lo puso en la falda.
La Claudia, que vió como yo pestañaba a cien por hora de puro desconcierto, me miró con cara de "no se te ocurra rechazar la guagua.., ahí si que treminan de sonarnos el auto!!".
No hubo escapatoria. Tuve que dejar que entre las vecinas del barrio me acomodaran la guaguita ajena al pecho. No sólo eso, tuve que amamantar como quien lleva a cabo una ceremonia oficial, rodeada del honorable público, al que además le dió por alentar al lactante ("eso, asi, siga así, que lindo como toma...").
Mis pechugas, igual que el Toyota, habían pasado a ser un bien comunitario. A esas alturas la Claudia convulsionaba. Era un sólo hipo de llanto, carcajadas, tiritones nerviosos. Estábamos en esas, es decir, yo amamantando a un niñito flacuchento que no había visto en la vida, y la Claudia en crisis de estertores, cuando escuchamos unos ruidos, unos gritos que avanzaban por la calle perpendicular a la calle Pompeya. Un par de segundos después apareció un hombre corriendo como si lo persiguiera el demonio. En una fracción de segundo captó la convulsión del barrio, se dió tiempo para parar, rascarse la cabeza y gritar fuerte: "AR TOLLOTA TIENEN QUE SUBIRLE LA MANILLA DE LA SHAPA, METERLE EL ALAMBRE POR LA MANILLA PA DENTRO Y SORTAL EL SEGURO".
Partió rajado, mientras corriendo detrás de él, a unos 50 metros, aparecieron los pacos (policías) tocando el pito.
Fue demasiado! pero, en todo caso...resultó! En menos que canta un gallo, y siguiendo las instrucciones del "especialista", el equipo encabezado por el Maestro Marín se anotó el gol. Grandes abrazos, todos con todos. Los héroes, las víctimas, el público. Sólo faltó darle el abrazo al ladrón, que por razones comprensibles no pudo saborear el triunfo.
Cuando por fin nos sentamos en el auto agradeciendo a todos los Santos el poder partir... no señores! Me volvieron a poner la guagua en la falda, subieron a una docena de cabros chicos en el asiento de atrás del Toyota de Juan y tuvimos que partir con los niños del barrio a "darles una vueltecita".
EPILOGO
1-La Claudia y yo, de noche, con linterna, repasando las gomas del Toyota con un lápiz "Scripto"color negro.
2- Juan, de vez en cuando, ladeando la cabeza y preguntando: ¿Claudia, no es por ser fijado, pero, no te parece que está chueco el pituto?
Magistral Andrea! Me reí a más no poder. Me quedan varias preguntas, sin embargo: que fué del flacuchento? está aún vigente el maestro Marín? Por qué auto cambió, Juan, su Toyota?
ResponderBorrarEn mi caso particular te puedo contar que viví entre maestros mis primeros 15 años de vida ya que me correspondió acompañar a mi madre -sí soy mamón pero eso no tiene nada que ver con este cuento- que se dedicaba a la mueblería, a visitar maestros en todas las poblaciones existentes. Entre los casos más recordados está ese del maestro Carrasco que en pleno '72 le explicaba a mi madre que las culatas de madera que se veían en su taller eran para rifles a postón (¿?). Al casarme, incorporé a la fauna de maestros al famoso "El Artista", maestro con un taller en El Salto donde por pocas lucas se suponía dejaba un auto como nuevo: no comments! Por último está aquél gásfiter que después de un estudió científico, dió su veredicto a mi señora: la solución es que usted se duche a las 3 de la mañana!
Genial; figuro en un cibercafè, codeandome con el resto en las pantallas una al lado de la otra y yo riendome a mas no poder con la contención propia del contexto.
ResponderBorrarQue cosa mas divertida, y tu dándole pecho a una guagua para aprovechar el rebalse.
Pienso que podriamos hacer una comunidad de datos de maestros Marin o El Artista de Andrés y salvar muchos chascarros con la gran mayoría de incumplidores. Mejor sería las anecdotas de los malos, que hay harto material para reirnos sino llorar.
Genial la historia por donde se le mire.
Braaaaaaavooooooooooooooo!!!! Es todo lo que puedo decir. Notable situación!
ResponderBorrarExcelente.........aplausos
ResponderBorrary saludos
Buena, muy bien narrado.
ResponderBorrarMás aplausos.
Me imagino la escena, la Andrea sentada en la cuneta dándole papa a una guagua prestada, la hermana llorando a moco tendido, el maestro Marín y sus compañeros descuartizando el auto, y al fondo, el lanza gritando los datos prácticos y los pacos tocando el pito. Ese cuadro debiera estar incluído en una película. Eres muy divertida, de veradad te pasan esas cosas?
ResponderBorrarNos tiene cagados la tecnología...
ResponderBorrara) lo mejor de los cuentos es que alguien pregunte "de verdad te pasan esas cosas...", o sea el cuento es bueno.
ResponderBorrarb) Marín no está en el gremio de Faúndez, Tironi se opuso
c) se nota que algunos lectores no cachan el drama que significa la mastitis...
d) puedo escribir comentarios peores.
¡¡¡ SEN - SA - CIO - NAL !!!
ResponderBorrarTienes tu "hijo de leche" por ahí, y él su nodriza.
Esto de los maestros, me recuerda a nuestro común amigo Febunba, que hace un tiempo escribió una suerte de homenaje a los maestros de la construcción y... al mes estaba indignado con ellos, sus incumplimientos, sus hurtos. "Voy a escribir una Fe de Erratas", decía, jajajaá.
Los ladrones tienen una habilidad para abrir autos. Es cosa de darles 5 segundos.
Abrazo,
AAB
Vuelvo...
ResponderBorrarUna escena crucial: cuando el ladrón, pese a que huye de la policía, se detiene a otorgar al dato preciso para abrir el auto.
¿Qué hay allí? ¿Solidaridad dentro de la delincuencia? ¿Amor al prójimo innato de quien se las rebusca? ¿Lucimiento frente al barrio? Eso es más difícil. Ya había habido lucimiento.
Abrazo,
AAB
Que genial Andrea, me he reído mucho, te leí en el momento justo.
ResponderBorrarUn abrazo,
Gracias
Andreita:
ResponderBorrar¿A todo esto qué comentario hizo el John ,al enterarse después de casi 20 años de esta increible e hilarante situación con su Toyota?
Te felicito, hiciste reír a carcajadas a todos los que lo leyeron!
Mutto
¿que habrá sido de la guagua?....le habrás transmitido algun lazo lacteo?....si tu intencion no era hacer reir...fracasaste completamente....pues apenas logro escribir....
ResponderBorrarEste es un relato fantástico.
ResponderBorrarQué velocidad, que imágenes, qué humor. No desacelera en ningún instante.
"ezto lo zoluzionamoz de una patada"...que divertido!!!
Las gomas como boca de guatero,
los mapamundi que gotean sin contemplación, el ladrón, los pacos tocando el pito...te pasaste.
Me diste la cuota de endorfinas para la mañana.
sencillamente notable, me arreglaste la tarde.
ResponderBorrarExcelente relato, te pasaste, un gusto verdaderamente.
ResponderBorrarAgradezco mucho tus visitas y comentarios. no había venido asntes pues no lograba dar con tu blog.
M.M.
volvi a leerlo a ver si era un espejismo, pero no, de verdad el efecto ha sido el mismo, es una historia para morirse de la risa!.
ResponderBorrarBuena veta, esta tuya del humor
Pobre Juan!
ResponderBorrarConsejo:
Encierra a tu cuñada!
Gracias Andrea por tu maravilloso humor
ResponderBorrarquerida amiga, conciéndote a ti, a Claudia y a varios miembros de tu familia me imagino la escena de lo ocurrido y me he reido de guata con tu relato ... me imagino la cara de la Claudita sentada en la cuneta super afligida .... y la tuya cuando te propusieron la gran solución de amamantar a una guagua que no era tuya .... PLOP!!! sorpresa aparte, un gesto más que nace de tu corazoncito solidario ...
ResponderBorrarQue anécdota más entretenida ... son esas historias de hermanas, recuerdos maravillosos, que cuando una las recuerda y se las cuenta al resto de la familia hay risa para rato .... si a Juan no se le han contado ... no sé si será conveniente que algún día se entere ... sin embargo la experiencia compartida representa la lealtad fraterna. Mantener el secreto de una travesura más ... MARAVILLOSO!!!
gracias por compartirla!!!!
Estimada Andréa, hombre y mujeres, con excepciones, valoran distinto al auto. Al fin y al cabo, cosa que se escucha mucho, el tamaño de los juguetes es la diferencia con los niños. El auto es como el cepillo de dientes, uso personal y ojalá intransferible... además un Toyota,.... Lo de la guagua es tremendo...
ResponderBorrarEste blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
ResponderBorrar¿Erizos? ¿Quién dijo erizos?
ResponderBorrarAdemás, los convocados prometen.
Abrazo,
AAB
La realidad es mejor que un cuento.
ResponderBorrarEl toyota el mejor auto.
Quien da lactancia a un niño que no es suyo comienza a tener otro.
Gran historia.
No lo pude haber leído en un mejor momento...todavía no paro de reirme, busqué y busqué entre los comentarios con la esperanza de encontrar el de Juan, tu cuñado...sabrá ese hombre lo que escribiste en tu blog??
ResponderBorrarabrí por primera vez tu blog y me he quedado pegado en tus diversos textos, de la poesía al humor con que fluidez.
ResponderBorrarMe encantaría que pudieras deleitar a los lectores de la Revista Desafío, que dirijo, con ese don maravilloso de escribir. Abriría contigo una sección de cuentos de la vida cotidiana.
Espero te comuniques conmigo
Felicidades. Me fascinó el contraste de mundos entre el toyota de tu cuñado y la guagua de Pompeya.